Hay que procurar tener una opinión, una convicción propia de algo, no muy fuerte. Hay que tener creencias sólidas, firmes, pero saber que pueden ser cambiantes, que nada permanece igual.
Todo y nada transmuta y trasciende, pero solo el hábito permanece, la rutina de cada uno, el qué quiere llegar a ser y su sentido de la vida.
Pero, no en forma de opinión, existe una creencia sobre todos. Un sentido de la vida común, que se basa en la mejora continua de algo. La vida es un continuo de triunfos y desaciertos, la historia la escriben los vencedores, pero ¿qué hay de aquellos logros por conseguir? Es esa búsqueda y satisfacción por las metas cumplidas las que llenan el interior del hombre y marcan su continuo progreso en el día a día. Y solo hay una forma de tener, ya no certeza sobre algo, sino conocer el camino para llegar a una verdad absoluta como pueda ser la creatividad, y es que la creatividad es el proceso de no obstaculizar el paso de ideas buenas o malas, grandes o pequeñas, las del día a día o las del más allá que en cierto sentido ridiculiza el concepto de opinión ya que -aún teniendo una posición sobre diversos temas- subyace siempre una imperiosa necesidad sobre considerar todo como un lugar del que partir para transmitir una idea. Y, por lo menos, si esa idea no aparece, hay que buscarla en todo y por todos los medios hasta que te das cuenta una vez has dudado de tus propias primeras creencias que suelen ser ajenas que la opinión que más se acerca a tu realidad era cuando no tenías una idea asentada en la cabeza.
Y, válgame la redundancia, tener la opinión de todo es como no tener la razón de nada.
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